viernes, 23 de enero de 2009

Nómadas en "Azul casi transparente"

"Azul casi transparente" es el libro de Ryu Murakami que me pasó un buen muchacho, más joven que yo y será por eso, Dashiell, que deseo que se cuide un poco más y le vayan bien las cosas. Es un buen chico, lo sé. Aunque no conozco su nombre, pero sé que trata de convivir paradójicamente con las normas que hacen girar el planeta, y, en esa paradoja, encontrar la distancia a la que llamar: sentido de la vida. Aunque él utilizará otras palabras.

Viejo Hammet, tú conoces bien esa paradoja. Viviste en ella (aunque también la resolviste -ver nota 1) y quizás eres famoso, quizás yo conozco tu nombre y no el del chico, porque escribiste bajo esa paradoja, esa distancia de detective privado respecto a la realidad. Estás en el sistema, conoces sus reglas y, desde luego, las cumples, pero no dejas de tener cierta exterioridad de espectador. El único que es sujeto. Bien, pues este chico juega con eso, con la posibilidad de ir a los mismos bares, fumar las mismas cosas, pero... permitirse una frase que recomponga lo que le rodea, y que le aleje, de alguna forma. Setirse suelto, despegado. No me atrevo a decir libre.

De esto tiene mucho el librito. Es azul, una edición de bolsillo de Anagrama. A ti te gustarían. Son baratos, aunque resisten más bien poco, y cuenta la historia de qué habrían sido los luchadores del Street Fighter si hubieran encontrado en las drogas y las fiestas unas normas más sencillas que en las peleíllas del videojuego. "Azul casi transparente" cuenta la vida de Ryu (como el autor, y como uno de los protas de la máquina recreativa) en su grupo de japoneses jóvenes de diecimuchos-veintipocos en un espacio y un tiempos desdibujados. Pasan por encima de todo lo que les rodea, llevando su propia realidad, sin relacionarse con nada. Van de acá para allá, pero imponiendo su propia atmósfera, la disciplina de un absoluto despegue de toda realidad. Ryu es el que lleva esto hasta el máximo porque lo aplica incluso dentro del grupo. Son numerosas las escenas de fiestas, o postfiestas, en las que están simplemente haciendo nada, simplemente viviendo su resaca, viviendo su chute... incluso hasta el propio ritual que implica drogarse, termina siendo anulado a lo largo de libro por una atmósfera pesada que cae sobre todos ellos; pues bien, incluso en este ambiente, Ryu escapa aún más de todo, y ni siquiera cuando se pegan entre ellos, o cuando alguno tiene un gesto de carácter y se va, vemos qué hay detrás del propio narrador, que lo describe todo minuciosamente, pero no tiene ninguna posición ante nada. Si una chica le pide que le acompañe, Ryu va. Si un negro enorme le mete su polla en la boca, lo más que veremos de Ryu será que siente arcadas al recordar el semen entre sus dientes al cabo de los días. No, ninguno existen, sólo su propio ritmo, su propio deslizamiento sobre las cosas... y sobre todo Ryu, que ni siente ni padece.

"Azul casi transparente" es todo un sermón moralizante. Muestra la destrucción que esa forma de vida implica sobre los personajes, pero nos deja a Ryu, al narrador, a la voz de la novela, como una especie de ser etéreo, con nula personalidad que, gracias a esa personalidad anulada, se permite distanciarse de lo que sucede (nada le afecta, nada le importa), y de ahí su atractivo. Ryu es una fantasía, que implica vender una determinada forma de relación con el mundo.

En Street Fighter, nadie sabía muy bien porqué los muñequitos se zumbaban unos a otros, no había ninguna distinción entre malos ni buenos, ni nada. Simplemente, músculos y ostias. Tú te cogías a tu muñequito y tenías que destrozar a los demás... simplemente porque de eso iba la cosa, porque se te había puesto enfrente y tocaba. Ping, pang, pung, ganabas dos asaltos y a por otro. Así hasta que se acababan todos, y te encontrabas con el último, una especie de supermilitar con uniforme tipo comunista o botones de hotel con capa, que se llamaba Mr. Vision y costaba tela de trabajo tumbarle. ¿Cuándo? ¿por qué? No importaba, las reglas del juego eran estrictas en su sencillez. Bien, tres cuartos de lo mismo ocurre en "Azul casi transparente": japos que viven la fantasía de ver cómo su propia espiral va hacia el desastre, es imposible sostenerla en el tiempo. Y Ryu, y el final de la novela, son absolutamente explícitos en este sentido.

Si dice Zizek: "enjoy is superego", aquí ese "superego", esa función normativizante, funciona porque, siguiéndola en su sencillez, te despega de las consecuencias de las cosas, y así es el sujeto "libre", absolutamente normativizado, sin ninguna posibilidad para la libertad efectiva pues todo es fantasía.

Leí esta novelita en el Metro. Se lee fácil, es rápida si estás dispuesto a soportar personajes cuya evolución es absolutamente lineal (lineal hacia la nada-fantasma, buscando el letrerito de EXIT), y no pude evitar compararla con Mandril Capital. Los Mandriles es un lugar enorme, de enormes distancias, en la que millones de personas se cruzan sabiendo que la posibilidad de que reconozcan a alguien por la calle es mínima, que se crucen con alguien con quien tengan la más mínima conversación, es igualmente... cero. El Metro de Mandril Capital está diseñado como un museo de personas, de caras cansadas. Te subes al vagón, te sientas, y desfilarán ante ti cientos de caras largas, angustiadas, apesadumbradas... no puedes ver la tuya, porque el reflejo en la ventana hace un efecto poco creíble, pero imaginas que no debes ser muy diferente. El Metro permite la exhibición ante ti de las otras personas, sin que vayas a llegar a tener ningún tipo de encuentro, y sin ni siquiera esperarlo. Aprendes a no esperarlo. En este lugar, la fantasía de observarles, aparece. Ser Ryu, despegar de tu cara, que es igual que la de los demás, sobrevolar, y mirarles, narrarles, narrártelos. Ser el narrador de esta deriva hacia ninguna parte.

"It's a navigation to nowhere!!!" gritaba un tipo desde el puente de una autopista en la peli "París, Texas" a los coches que entraban en la ciudad. Dashiell, ojalá hubieras conocido a Win Wenders. Él sí te conoce a ti.

Yo lo he hecho... sería más fácil contar las veces que no lo he hecho que las que lo he hecho.En el Metro, muchas veces he observado. Algunas, las que simplemente me quedé frito o leyendo. Y muy escasas las que busqué una mirada, y dije algo.

Dejarse llevar. Se dice, esta es una sociedad nómada, de flujos interminables o intermitentes de personas, capitales, datos...

Sin embargo, la clave del nomadismo de nuestros ancestros era cómo sus sociedades estaban tan íntimamente ligadas a la naturaleza, formando una sola cosa con ella, que se desplazaban, fluían, sí, recorrían kilómetro y kilómetros, peron en la realidad, dentro de ella, como un elemento más de la naturaleza. Sus ritos estaban precisamente orientados a seguir las indicaciones de la naturaleza: los ciclos lunares, las estaciones, las migraciones de las presas, podían traducirse, a través de los ritos, a un comportamiento de máxima afinidad con la naturaleza. En última instancia, los migrantes por hambre, siguen los ciclos del Capital (que no son los de la luna) circulando como fuerza de trabajo que va de un lado a otro (en otras épocas había que ir a por ellos), pero están en la realidad. Nosotros, los que podemos aguantar de madrugada escribiendo una nueva entrada en un blog, estando aún dependientes del Capital, nos sentimos dueños de nuestra vida, decimos: vamos donde queremos. Pero ¿no es precisamente esta frase la que muestra nuestra imposibilidad para la libertad? Las preguntas a cerca de a qué territorio pertenecemos, ¿qué sentido tienen en última instancia?, ¿de dónde viene la posibilidad de hacer esa pregunta?

Si el sentido de nuestros desplazamientos no son ni el hambre, ni la guerra, ... ¿cuáles son?

Cuando cambiamos de lugar, de pareja, de trabajo, de amigos, ¿qué signos de la realidad seguimos?

Los esquimales que vivían hasta mediados de los 70 al sur de la Isla de Buffin, Groenlandia, cazaban ballenas con armas de palo, hueso y cuerdas. Las seguían en káyak años, se acoplaron en simbiosis a su vida, la vida de unas iba pareja a la de los otros. Cuestiones como la lucha de clases o la contradicción ambiental ni siquiera eran planteables en una sociedad que se configuraba para cazar al mamífero más grande del mundo. Para un señor llamado Piotr Kropotkin, esta simbiosis, este apoyo mutuo, es el motor de la evolución. La coevolución, la llaman los comeverde de los biólogos, no sé si conociste a alguno, son repugnantes en su gran mayoría.

Si nos hemos desligado de la realidad, si nos hemos vueltos extraños a la naturaleza, si decimos: en mis dudas supuestamente existenciales sobre mi pertenencia a tal o cual territorio; entonces no hay posibilidad de libertad alguna ya que se basan en sobrevolar la realidad, y por tanto, no se puede intervenir en nada: sólo dejarse llevar y padecer tus propios machaques psicológicos a modo de preguntas repetitivas. Toda libertad pasa por saber qué ciclo de la luna hay que seguir, qué respuestas no contestar ante McCarthy (1), o...

Dashiell, yo nunca he rehusado contestar una pregunta. Tal vez alguna de mi padre. Sin embargo, tengo algo que seguir y con quién hacerlo. Y me asusta a veces que no están "juntos", no puedo meterles en un mismo saco, en un mismo abrazo. No puedo meterles en una palabra, y no será fácil meterles en una sola foto, nada fácil. La forma en la que sea capaz, yo o cualquiera, de aferrarme a lo que nos une y viajar con ellos, de forma simbólica pero también física... persiguiendo a la Gran Ballena, en ese camino de unión, simbiosis, fidelidad, será mi oportunidad para dejar de jugar a los muñequitos del Street Fighter, o a yonkis japos melancólicos.

Pero es sólo eso, una oportunidad. En ningún lugar está escrito que vaya a saber utilizarla.
Sólo está clara la necesidad de dejar de preguntar por mi identidad al territorio, y revolver, contra mí, esas preguntas. Dahiell, todo tipejo o tipeja puede desobedecer, pero, para eso, hay que formular a qué obedecer. Hoy, al parecer, el señor Murakami trata de aparentar ser un tipo decente sobre todas las cosas, y tal vez lo consigue.

Por mi parte, en diez minutos me subo al Metro. Línea 11, línea 6, línea 10, y sé lo que voy a encontrarme. Lo que no sé todavía es qué voy a hacer.

Me despido hasta la próxima carta, agradeciéndote cómo sirves de palanca reventona de puertas para estas líneas.



_________

(1) Un acto de libertad, luego, de pertenencia, resolviendo de un plumazo la paradoja de su relación con la realidad:

http://inmaculadadecepcion.blogspot.com/2007/11/juicio-dashiell-hammett.html

2 comentarios:

  1. y al final, ¿qué hiciste en el metro?

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  2. eeeee,
    que pasa fiera, desde hoy tienes 4 nuevos fans leyendote por las lejanas tierras de Tucuman.

    Espero que Madrid a pesar de los pesares tenga cosas maravillosas para hacerte la vida lo más plena posible loko, que yo el año que viene me voy pa la capi y me tienes que contar donde ir por allí.

    Bueno fiera espero que todo te vaya relindo como dicen por akí, te kiero un mónton, ya la próxima vez te hablo de lo que escribes jejejej

    te queremos una hartá
    los que siempre están en verano

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Este es el blog "Cartas a Dashiell"