jueves, 29 de enero de 2009

Leibinz era el teleoperador ideal. Nómadas contra mónadas.

Señor Hammet, hoy me pongo serio.

"No sois máquinas, hombres es lo que sois". Es difícil discutirlo. Cada uno de los errores que cometo en mi curro es por ser más humano que máquina. Cada bronca que me gano, cada mención a la necesidad de tomar medidas, se debe a haber puesto demasiado de mí mismo, añadir un despiste creativo a la tarea del día.

Sin embargo, así lo querían. No buscaron teleoperadores experimentados, al contrario, querían tablas rasas, sin mecanismos interiorizados para poder, libremente, construir, sobre nosotros, los nuevos, lo adecuado a la política de la empresa. Reglamentar un procedimiento, un comportamiento. Contra el ser humano (o eso pasa por ser Alejandro R. M.), pero también partiendo de él. El proceso disciplinario no es sólo una imposición, un reamoldeamiento, sino que parte de mis propias características: de mi capacidad para poder olvidar y concentrarme en mi tarea. Es un equilibrio frágil, en el que se mueven los departamentos de recursos humanos y la selección de personal. Muchas empresas, que han mecanizado enormemente el proceso de trabajo del teleoperador, buscan simplemente gente que apriete botones, haciendo circular por ellas un flujo de trabajadores importante: como los clínex, los van usando y tirando. Otras empresas, por el contrario, están más interesadas en construir su propio trabajador y, para ello, necesitan que se equivoque. Error-disciplina-error-disciplina... un proceso de afilado, de concrección de mis movimientos hacia lo que ellos esperan. De sacarle punta al lápiz.

Yo no voy a salir a estas alturas con ninguna historia del "encuéntrate a ti mismo", pero quiero hacer referencia a lo que sobra, pero queda adherido. El proceso de trabajo construye al currito, da una unidad práctica a eso con lo que tampoco le es sencillo relacionarse: su propio cuerpo. Para mí, los mandatos de mi jefa, cuando me dice: mira todo lo que te has saltado, mira cuántos errores, esto demuestra que no prestas la suficiente atención, no te concentras lo suficiente; todo esto me recuerda enormemente al tópico: déjate llevar y disfruta, al "simplemente, vive el momento". Me refiero a la forma en la que me pide que me concentre.

Dashiell, no hace falta que te diga que yo no soy neurocirujano. El trabajo que realizo es enormemente simple, para cumplir con ello, de lo que se trata es repetir, repetir con verdaderas garantías de que no te saltas ningún paso del algoritomo multiplicado por sí mismo unas 250 veces en una tarde: teléfono-pantalla-papel-pantalla. Si lo sigues correctamente, no hay error posible, pero si no, en alguna de esas 250 repeticiones puedes cagarla. Es más, vas a cagarla. Para ello, como solución, aparece el "relájate y déjate llevar" de mi jefa. Deja tu mente en blanco y disfruta de tu nuevo entretenimiento de tarde, como si fuera una especie de repetitivo bricolage por el que, además, te pagan. Hay un folclore de la coacción, que me es difícil no relacionar con la lógica del "relájate y disfruta" de un masaje. De hecho, vendría a ser así: si superas tus resistencias, tus patológicas resistencias al trabajo, estarás disfrutando de un clima agradable, sin esfuerzo físico y con unas pautas que has interiorizado y que... simplemente tienes que dejar que funcionen. ¿Qué problema habría en pasar de un empleo mal pagado y tedioso, como lo percibes ahora, a ocio por el que recibes, además, una cantidad de dinero que te paga el alquiler y la comida? Quien se resista a ser feliz, ¿a caso no está loco?

Pues sí, a eso me refería, nunca terminamos de resistirnos, nunca conseguimos rendirnos a la felicidad completa, y mira que resulta tentador. Gottfried Wilhelm Leibniz (otro primo de Gwyneth Paltrow) era un muchacho muy aplicado que escribió, de alguna forma, sobre ello.

Leibniz era un gran matemático, descubrió el cálculo infinitesimal, reputado físico, jurista, y filósofo. Para Leibinz existen las mónadas unidad básica de la realidad. Las mónadas no están comunicadas entre ellas, sino que son indivisibles, sin ninguna contradicción interna posible, no provienen unas de otras, sino que fueron creadas y pueden ser destruidas, pero no entre ellas, sólo através de la participación de Dios. Bien, el orden de las mónadas y, por tanto, cómo construyen la realidad, no se debe a la relación que hay entre ellas sino a Dios. Es decir, Dios las ha organizado dando lugar a nuestro orden social. Así aparece el concepto de composibilidad en Leibniz. Vamos a tomar el siguiente ejemplo prestado de una página web que lo explica realmente bien (http://www.hottopos.com/mp2/leibniz.htm):

"Qué quiere decir Leibniz con composible? En la concepción tradicional es posible lo que no es contradictorio; por ejemplo, un círculo cuadrado es imposible porque justamente hay contradicción entre la circularidad y el cuadrado. Pero si ustedes preguntan si es posible el centauro -mitad hombre, mitad caballo-, bueno, sí. O la sirena, que es mujer y pez -siempre he pensado que no sabría lo qué hacer con una sirena: si enamorarse o comérsela con mayonesa...

Son posibles, diría Leibniz, con posibilidad abstracta, pero no real, no son composibles: es decir no puede haber un organismo que sea mujer y pez, o hombre y caballo... no hay una posibilidad real, una posibilidad concreta. Ese concepto de composibilidad es sumamente importante, porque el mundo está regido por el principio de la composibilidad: las cosas tienen estructuras que las hacen a algunas composibles y a otras no: hay problemas importantes de coherencia en la realidad. Dios ha creado el mundo con el mayor bien posible (de lo que es composible): y así no es que el mundo sea óptimo; sino que es el mejor de los posibles, el que tiene mayor grado de perfección posible, tomando la realidad en conjunto. Lo que pasa además es que esto se debe aplicar teniendo en cuenta que nosotros no conocemos el mundo, no conocemos más que muy parcialmente el mundo: imaginen ustedes con todo lo que ha avanzado el conocimiento del mundo, por ejemplo, desde Leibniz hasta ahora y el número de cosas que ignoramos -es abrumador: sabemos una pequeña fracción de lo que había que saber..."

Si pudiéramos tomar el punto de vista de Leibniz, seríamos extraordinarios teleoperadores. De hecho, el propio proceso de trabajo del teleoperador (como el de muchos otros) tiene una aplicación directa con esta filosofía. Los "casilleros" en de trabajo, en los que nos separamos unos de otros para que no entremos en relación, todo lo que escribí antes sobre quién ordena nuestro funcionamiento, ... al fin y al cabo, el teleoperador es una mónada. Si pudiéramos olvidar, superar, tejer, lo que sea, nuestras contradicciones, estaríamos en el mundo más feliz posible. Y ese es el mensaje diario de mi jefa, que es una mujer que siente un gran afecto por mí. Quiero decir que mi jefa me muestra un camino, un sentido. No se trata simplemente de "cumplir", existe una forma de "cumplir" superior, que te lleva a una mayor perfección en tu trabajo, a que no se contraponga con tu vida, etc.

Pero, ¡ay, demonios!, soy un puto torpe. Un torpijo, que me dice Anita Guardia (aunque nunca entenderé lo de "-pijo", pero Anita, y su lenguaje, merece que le prestemos más atención en otro momento). No lo consigo. Por más que quiero, me es imposible plegarme a ese ideal, a esa mística del buen teleoperador, pero es una imposibilidad profunda, no sólo de ideíllas de progre. Soy incapaz de trabajar sin desconectar y no pensar en otra persona, no sé, alguien que esté lejos, una conversación larga, un... Soy incapaz de no querer hacer un chiste con el nombre de un cliente que ha aparecido en la lista, soy incapaz de no querer compartirlo con mis compañeros... Pero, tanto yo como cualquiera de mis compañeros, y ahí entra mi jefa, de nuevo. Ella, propagandista de Leibinz hoy, no quiere a un Leibinz muerto y dogmático, sino que quiere que su pensamiento brille en nuestra oficina, así que, consciente de la dificultad práctica de este ideal, trata de actualizarlo y flexibilizarlo. De esta manera, aparece Leibinz, y la realización personal como teleoperador a través de la filosofía, en la oficina central de una empresa cuyo negocio entra, legalmente, en el terreno de la estafa al menos en una ocasión por llamada (250 veces al día por cada trabajador sólo del call-center, sin incluir a todos los trabajadores de calle), en cuyo edificio he visto a Alfonso Guerra (sic) y un actor español de comedias de situación cuyo nombre me es imposible situar; tiene que presentarse como parte de una doble moral. Señores, sí, simplemente porque los viernes estamos hasta los cojones, todos, incluso nuestra apostol leibinziana.

Y es que, si nuestra soledad es política y tiene su propio ideal imposible, también tiene su propia resistencia y, en definitiva, que las mónadas no sean mónadas, sino sean personas, y se equivoquen, y se tronchen con la situación, y se toquen, y se encuentren, es algo que, de una forma u otra, ocurre. La forma en la que este encuentro, que sí o sí termina por ocurrir, esta pereza ante el ideal que podria hacernos felices vegetales, significa que existe un punto de apoyo para buscarlo. Es decir, de alguna forma, vamos, hay una manera de ir "a favor de corriente" frente a la corriente dominante. Porque existe una corriente subterránea del encuentro, y esto ya no es un guiño, es una alusión deliberada, y que (me) emociona, porque pone todo en relación con una posición a la que trato de ser fiel, aun cuando ni siquiera lo pretenda.

Y siguiendo con el mismo (guiño), dice el último libro del establecedor (sic, id est, sin intento de corrección) A. A. Coterillo:

"Ahí está, incontestablemente, la clave de bóveda de la lógica de Sartre. Si el hombre no es verdaderamente humano -es decir, capaz de reciprocidad con el Otro- sino en la revuelta, que disuelve la serie, no hay unidad humana sino en el antagonismo, en la violencia."

Entonces, frente a la vida de mónadas (Leibinz), o de serie (Sartre), tendríamos

- la vía de mi jefa: doble moral y conjugar la mística del trabajo con el buenrollismo yanki de encuentros de empresa en la sierra, escenas desenfadadas de oficina en la que cuenta "sus cosas" con su marido,

- o la revuelta (propuesta por el propio Sartre en el párrafo que antes citamos).

Hablamos en otra entrada sobre los nómadas, y cómo siguen su corriente subterránea. Bien, la revuelta es contra la serie y a favor de una corriente subterránea y, desde esta discusión, podemos entrar a pringarnos en el último punto, el último salto argumental: el que nos lleva del "antagonismo" a la "violencia" con una simple coma.

Pero, por el momento, sólo insertar una cuña publicitaria: desde Arte y Acción están sacando una series de materiales para hacer efectivos estos encuentros, es decir, hacia la revuelta. Al ya existente "Gramática para tiempos de confusión" se une ahora "Palabras a iluminar". Voy a empezar a poner en práctica esto en el Metro, pero podria hacerlo cualquiera, con estos y con otros materiales. El soporte para la revuelta.

http://www.teatroycompromiso.com/noticias.php?not=43

domingo, 25 de enero de 2009

Demócrito y el transporte público.

Querido Dashiell Hammet, hoy aceptamos peticiones,

o debería decir Peter Collinson, Daghull Hammett, Samuel Dashiell o Mary Jane Hammett. Todos tenemos nuestros "alias". Quise encabezar esta pila de cartas con una pequeña selección de los míos, dejando de lado algunos que me reservo para los que los crearon o los entienden, a modo de pequeño homenage.

Pero una cosa son los "alias" y otra cosa son los "personajes". El "alias" es una tapadera, el "personaje" es lo contrario, la destapadera. Los que juegan a confundir, en la práctica, lo uno con lo otro... bueno, supongo que hay veces en que queremos ser otra persona, la persona que, en medio de la humareda de conversación de bar sí que diría algo que hiciera girar las miradas hacia él, o quien sí que conquistaría la atención momentánea o la genitalidad, de alguien que espera. Llevar tu "alias" a tu cuerpo, es un juego narcisista muy viejo, que pretende esconder, a menudo, la distancia que existe entre lo que somos y lo que deseamos, lo que deseamos realmente y lo que desearíamos desear, lo que desearíamos desear y lo que queremos que piensen que deseamos.

"Personaje" tiene poco que ver con eso, es más bien, todo lo contrario. Fíjate que estoy dando por sentado que existe algo que es lo que "somos". Con eso me refiero a nuestra forma, la forma que tiene cada uno, de ser incompleto y atravesado, otro día discutiremos sobre eso más detenidamente.

La realidad es que esconder tus propias miserias, tu imperio de basura, como dice la canción, es, en la práctica y, como mínimo, a la larga, algo carente de interés, cuando no definitivamente hilarante, id est, una tonteria como de aquí a Maracena (y que conste que lo digo desde un lugar que está aún más lejos de Maracena). La forma en que organizas tu basura, el lugar en el que la colocas, define tu forma de comunicar, de encontrar a una mujer de unos 70 años en el Metro con un enorme bolso pop, y comenzar una conversación con: "bonita forma de llevar las llaves". Puedes taparla, y dejarla detrás, buscando que nadie la vea, sudando ante la sola idea de que, pese a que la escondes, se huele. Puedes ponerla delante, no permitir que se vea otra cosa, no permitir que se hable de otra cosa, desfallecer ante su presencia. Puedes llevarla debajo del hombro, la forma más fácil de transportarla, la forma más fácil de seguir caminando, la forma más fácil de hacer alguna que otra referencia a ella, sin que se convierta en el centro del universo ni en un agujero negro.

La forma en que haces eso es construir un "personaje" y, tiene como característica que no podrás mantenerlo mucho rato, más bien, al contrario. Tiene su lógica, su momento, fuera de ahí, tú mismo buscarás otra manera.

Bien, en una lluvia de átomos paralelos en la que circulamos, sin mayor sentido que la propia circulación, es posible jugar al billar. Desviación en el origen, y rebotar. Introducir un pequeño ángulo, en una lluvia de personas que discurren paralelas, sin encontrarse, basta introducir una pequeña desviación, un pequeño giro, para que caigas sobre ellas, para que rebote, para que las carambolas se sucedan, una tras otra. Sencillo, inesperado e incontrolable.

Spinoza destripando a Demócrito, y Althusser organizándolo todo. O la primera conversación de un detective privado revienta huelgas, con un obrero, el día en que el primero ya sólo cobraba por hacerlo, sin hacerlo, y el segundo no lo sabía. Yo te imagino así. Sólo chocar, inesperadamente.

Aclarar la voz, no esconder la mirada, invadir con mis brazos el asiento que nos separa, y no eludir la vergüenza que te da hacerlo, aún partiendo de que no pasa absolutamente nada. Bajo tierra, una desconocida puede mirarte a los ojos, y hablar de algo intrascendente, de un bolso negro con chapitas, de qué raro es estar bajo tierra y cómo ya no reparamos en ello, de cuánto de lejos están sus hijos (aunque ya son mayores y no quiere meterse en sus vidas y...), encuentro. Ahora, tú eres un hijo que está lejos, y sabes lo que significa. Destapado, has arriesgado para que esto ocurriera sin saber qué era.

Parada de Príncipe Pío, "es mi parada", pero podría durar horas, o no, o de lo que se trata es de haber-quedado-enganchados. Todo el mundo puede, y buscaré cualquier excusa para repetir esto.

Dashiell, hasta la próxima.

viernes, 23 de enero de 2009

Nómadas en "Azul casi transparente"

"Azul casi transparente" es el libro de Ryu Murakami que me pasó un buen muchacho, más joven que yo y será por eso, Dashiell, que deseo que se cuide un poco más y le vayan bien las cosas. Es un buen chico, lo sé. Aunque no conozco su nombre, pero sé que trata de convivir paradójicamente con las normas que hacen girar el planeta, y, en esa paradoja, encontrar la distancia a la que llamar: sentido de la vida. Aunque él utilizará otras palabras.

Viejo Hammet, tú conoces bien esa paradoja. Viviste en ella (aunque también la resolviste -ver nota 1) y quizás eres famoso, quizás yo conozco tu nombre y no el del chico, porque escribiste bajo esa paradoja, esa distancia de detective privado respecto a la realidad. Estás en el sistema, conoces sus reglas y, desde luego, las cumples, pero no dejas de tener cierta exterioridad de espectador. El único que es sujeto. Bien, pues este chico juega con eso, con la posibilidad de ir a los mismos bares, fumar las mismas cosas, pero... permitirse una frase que recomponga lo que le rodea, y que le aleje, de alguna forma. Setirse suelto, despegado. No me atrevo a decir libre.

De esto tiene mucho el librito. Es azul, una edición de bolsillo de Anagrama. A ti te gustarían. Son baratos, aunque resisten más bien poco, y cuenta la historia de qué habrían sido los luchadores del Street Fighter si hubieran encontrado en las drogas y las fiestas unas normas más sencillas que en las peleíllas del videojuego. "Azul casi transparente" cuenta la vida de Ryu (como el autor, y como uno de los protas de la máquina recreativa) en su grupo de japoneses jóvenes de diecimuchos-veintipocos en un espacio y un tiempos desdibujados. Pasan por encima de todo lo que les rodea, llevando su propia realidad, sin relacionarse con nada. Van de acá para allá, pero imponiendo su propia atmósfera, la disciplina de un absoluto despegue de toda realidad. Ryu es el que lleva esto hasta el máximo porque lo aplica incluso dentro del grupo. Son numerosas las escenas de fiestas, o postfiestas, en las que están simplemente haciendo nada, simplemente viviendo su resaca, viviendo su chute... incluso hasta el propio ritual que implica drogarse, termina siendo anulado a lo largo de libro por una atmósfera pesada que cae sobre todos ellos; pues bien, incluso en este ambiente, Ryu escapa aún más de todo, y ni siquiera cuando se pegan entre ellos, o cuando alguno tiene un gesto de carácter y se va, vemos qué hay detrás del propio narrador, que lo describe todo minuciosamente, pero no tiene ninguna posición ante nada. Si una chica le pide que le acompañe, Ryu va. Si un negro enorme le mete su polla en la boca, lo más que veremos de Ryu será que siente arcadas al recordar el semen entre sus dientes al cabo de los días. No, ninguno existen, sólo su propio ritmo, su propio deslizamiento sobre las cosas... y sobre todo Ryu, que ni siente ni padece.

"Azul casi transparente" es todo un sermón moralizante. Muestra la destrucción que esa forma de vida implica sobre los personajes, pero nos deja a Ryu, al narrador, a la voz de la novela, como una especie de ser etéreo, con nula personalidad que, gracias a esa personalidad anulada, se permite distanciarse de lo que sucede (nada le afecta, nada le importa), y de ahí su atractivo. Ryu es una fantasía, que implica vender una determinada forma de relación con el mundo.

En Street Fighter, nadie sabía muy bien porqué los muñequitos se zumbaban unos a otros, no había ninguna distinción entre malos ni buenos, ni nada. Simplemente, músculos y ostias. Tú te cogías a tu muñequito y tenías que destrozar a los demás... simplemente porque de eso iba la cosa, porque se te había puesto enfrente y tocaba. Ping, pang, pung, ganabas dos asaltos y a por otro. Así hasta que se acababan todos, y te encontrabas con el último, una especie de supermilitar con uniforme tipo comunista o botones de hotel con capa, que se llamaba Mr. Vision y costaba tela de trabajo tumbarle. ¿Cuándo? ¿por qué? No importaba, las reglas del juego eran estrictas en su sencillez. Bien, tres cuartos de lo mismo ocurre en "Azul casi transparente": japos que viven la fantasía de ver cómo su propia espiral va hacia el desastre, es imposible sostenerla en el tiempo. Y Ryu, y el final de la novela, son absolutamente explícitos en este sentido.

Si dice Zizek: "enjoy is superego", aquí ese "superego", esa función normativizante, funciona porque, siguiéndola en su sencillez, te despega de las consecuencias de las cosas, y así es el sujeto "libre", absolutamente normativizado, sin ninguna posibilidad para la libertad efectiva pues todo es fantasía.

Leí esta novelita en el Metro. Se lee fácil, es rápida si estás dispuesto a soportar personajes cuya evolución es absolutamente lineal (lineal hacia la nada-fantasma, buscando el letrerito de EXIT), y no pude evitar compararla con Mandril Capital. Los Mandriles es un lugar enorme, de enormes distancias, en la que millones de personas se cruzan sabiendo que la posibilidad de que reconozcan a alguien por la calle es mínima, que se crucen con alguien con quien tengan la más mínima conversación, es igualmente... cero. El Metro de Mandril Capital está diseñado como un museo de personas, de caras cansadas. Te subes al vagón, te sientas, y desfilarán ante ti cientos de caras largas, angustiadas, apesadumbradas... no puedes ver la tuya, porque el reflejo en la ventana hace un efecto poco creíble, pero imaginas que no debes ser muy diferente. El Metro permite la exhibición ante ti de las otras personas, sin que vayas a llegar a tener ningún tipo de encuentro, y sin ni siquiera esperarlo. Aprendes a no esperarlo. En este lugar, la fantasía de observarles, aparece. Ser Ryu, despegar de tu cara, que es igual que la de los demás, sobrevolar, y mirarles, narrarles, narrártelos. Ser el narrador de esta deriva hacia ninguna parte.

"It's a navigation to nowhere!!!" gritaba un tipo desde el puente de una autopista en la peli "París, Texas" a los coches que entraban en la ciudad. Dashiell, ojalá hubieras conocido a Win Wenders. Él sí te conoce a ti.

Yo lo he hecho... sería más fácil contar las veces que no lo he hecho que las que lo he hecho.En el Metro, muchas veces he observado. Algunas, las que simplemente me quedé frito o leyendo. Y muy escasas las que busqué una mirada, y dije algo.

Dejarse llevar. Se dice, esta es una sociedad nómada, de flujos interminables o intermitentes de personas, capitales, datos...

Sin embargo, la clave del nomadismo de nuestros ancestros era cómo sus sociedades estaban tan íntimamente ligadas a la naturaleza, formando una sola cosa con ella, que se desplazaban, fluían, sí, recorrían kilómetro y kilómetros, peron en la realidad, dentro de ella, como un elemento más de la naturaleza. Sus ritos estaban precisamente orientados a seguir las indicaciones de la naturaleza: los ciclos lunares, las estaciones, las migraciones de las presas, podían traducirse, a través de los ritos, a un comportamiento de máxima afinidad con la naturaleza. En última instancia, los migrantes por hambre, siguen los ciclos del Capital (que no son los de la luna) circulando como fuerza de trabajo que va de un lado a otro (en otras épocas había que ir a por ellos), pero están en la realidad. Nosotros, los que podemos aguantar de madrugada escribiendo una nueva entrada en un blog, estando aún dependientes del Capital, nos sentimos dueños de nuestra vida, decimos: vamos donde queremos. Pero ¿no es precisamente esta frase la que muestra nuestra imposibilidad para la libertad? Las preguntas a cerca de a qué territorio pertenecemos, ¿qué sentido tienen en última instancia?, ¿de dónde viene la posibilidad de hacer esa pregunta?

Si el sentido de nuestros desplazamientos no son ni el hambre, ni la guerra, ... ¿cuáles son?

Cuando cambiamos de lugar, de pareja, de trabajo, de amigos, ¿qué signos de la realidad seguimos?

Los esquimales que vivían hasta mediados de los 70 al sur de la Isla de Buffin, Groenlandia, cazaban ballenas con armas de palo, hueso y cuerdas. Las seguían en káyak años, se acoplaron en simbiosis a su vida, la vida de unas iba pareja a la de los otros. Cuestiones como la lucha de clases o la contradicción ambiental ni siquiera eran planteables en una sociedad que se configuraba para cazar al mamífero más grande del mundo. Para un señor llamado Piotr Kropotkin, esta simbiosis, este apoyo mutuo, es el motor de la evolución. La coevolución, la llaman los comeverde de los biólogos, no sé si conociste a alguno, son repugnantes en su gran mayoría.

Si nos hemos desligado de la realidad, si nos hemos vueltos extraños a la naturaleza, si decimos: en mis dudas supuestamente existenciales sobre mi pertenencia a tal o cual territorio; entonces no hay posibilidad de libertad alguna ya que se basan en sobrevolar la realidad, y por tanto, no se puede intervenir en nada: sólo dejarse llevar y padecer tus propios machaques psicológicos a modo de preguntas repetitivas. Toda libertad pasa por saber qué ciclo de la luna hay que seguir, qué respuestas no contestar ante McCarthy (1), o...

Dashiell, yo nunca he rehusado contestar una pregunta. Tal vez alguna de mi padre. Sin embargo, tengo algo que seguir y con quién hacerlo. Y me asusta a veces que no están "juntos", no puedo meterles en un mismo saco, en un mismo abrazo. No puedo meterles en una palabra, y no será fácil meterles en una sola foto, nada fácil. La forma en la que sea capaz, yo o cualquiera, de aferrarme a lo que nos une y viajar con ellos, de forma simbólica pero también física... persiguiendo a la Gran Ballena, en ese camino de unión, simbiosis, fidelidad, será mi oportunidad para dejar de jugar a los muñequitos del Street Fighter, o a yonkis japos melancólicos.

Pero es sólo eso, una oportunidad. En ningún lugar está escrito que vaya a saber utilizarla.
Sólo está clara la necesidad de dejar de preguntar por mi identidad al territorio, y revolver, contra mí, esas preguntas. Dahiell, todo tipejo o tipeja puede desobedecer, pero, para eso, hay que formular a qué obedecer. Hoy, al parecer, el señor Murakami trata de aparentar ser un tipo decente sobre todas las cosas, y tal vez lo consigue.

Por mi parte, en diez minutos me subo al Metro. Línea 11, línea 6, línea 10, y sé lo que voy a encontrarme. Lo que no sé todavía es qué voy a hacer.

Me despido hasta la próxima carta, agradeciéndote cómo sirves de palanca reventona de puertas para estas líneas.



_________

(1) Un acto de libertad, luego, de pertenencia, resolviendo de un plumazo la paradoja de su relación con la realidad:

http://inmaculadadecepcion.blogspot.com/2007/11/juicio-dashiell-hammett.html

martes, 20 de enero de 2009

¿por qué Dashiell?

Porque los nombres difíciles de escribir siempre me resultaron cómicos, y, a la vez, misteriosos. A dos hechos me remito:

1. - Soy de los pocos fans de Gwyneth Paltrow que no valora ni su belleza interior ni su belleza exterior.

2. - Soy de los pocos que se rieron con la secuencia inicial del Monkey Island I.

3. - Soy de los pocos que necesitan enfrentarse al sujeto Dashiel Hammet considerándolo frontera entre humanismo y pensamiento revolucionario. Frontera que, según cómo se aborde, cómo se cruce, con papeles o sin ellos, con visa o sin ella, con contratación en origen o sin, permitirá la creación de prácticas reales vividas

no adheridas sobre la vida

no colocadas bajo la vida

no amalgamadas entre la vida

sino con la vida.



(¿con la vida de quién? de quienes sufrimos, literalmente, como enfermedad, la distancia entre nuestras ideas y sueños, y nuestros días y calendarios)

(¿para quién? paraguayo).

(¿volverás a hacer el chiste de anunciar dos puntos y después poner tres? sí, cambio y corto.)

razones.

¿nadie ha sentiddo lo de los Blogs como un tabú? ¿qué pasa, soy el único suficientemente narcisistitilla como para que le dé pelusilla hablar de uno mismo?

¿o tal vez es una cuestión kantiana?

tomo este blog para tener palabra. tomar palabra en las cosas que afectan a este sujeto y los suyos. este motivo, inicialmente, permite superar mi problema exhibitorio planteado en las preguntas primera y segunda. respecto a la tercera, dashiell, querido amigo, puedo alegar que me niego a referirme a categorías (el propio kant es ya una categoría, pobrecito él) ya que, si lo hago, terminarán surgiendo los prefiijos que me vuelven loco.

"ay, los prefijos que me vuelven loco" es una canción del trío vocal femenino de música aflamencada ligera, Las Chunguitas.

dicho lo cual, el kant no volverá a aparecer por mi miedo a que aparezca: neo (kantiano, se entiende, se paladea, está en el viento), post, pre, o, incluso, y más peligroso aún, apócope.

Querido amigo Dashiell,

que estas líneas sirvan para, primero, tomar la palabra. Y luego, secundariamente, para retomar nuestra comunicación epistolar, que andaba algo flojica, mi cielo.

Portada

Este es el blog "Cartas a Dashiell"